4 de mayo de 2017

Enseñanzas francesas.

 
Partimos de un pronóstico esperanzador: la ultraderecha no llegará al poder en Francia y Europa respirará más tranquila y comenzará probablemente un nuevo tiempo. Pero aunque Macron sea este domingo el vencedor de la batalla final contra Le Pen, las elecciones francesas nos dejan reflexiones políticas de calado.

La primera y quizás la más preocupante es que los votantes directos de la ultraderecha francesa en la primera vuelta fueron el 21,3% y que muy probablemente serán en torno al 40% en la segunda vuelta. ¿Qué nos dice este electorado? En esencia quieren más Francia y menos Europa, más proteccionismo y menos globalización, y sobre todo más control de fronteras y menos inmigración. Que los obreros de una empresa en riesgo de deslocalización consideren a Le Pen su mejor defensora es bien elocuente de todo ello. Pero no lo es menos que casi el 20% del electorado de Mélenchon, la Izquierda Insumisa, piense votarla en la segunda vuelta y que 2/3 de sus militantes prefieren abstenerse a votar a Macron. El silencio de Mélenchon para la segunda vuelta me parece una verdadera traición democrática y republicana. Hace ya muchos años que la izquierda europea sufre el abandono de sus electores más humildes que votan ‘Brexit’ en Reino Unido o extrema derecha en Austria, Holanda, Dinamarca, Francia... y, honradamente, no es fácil evitarlo salvo que vayamos en sentido opuesto a nuestros principios. De poco sirve predicar las falacias de sus soluciones y los peligros de su aplicación. La simpleza de sus propuestas es mucho más comprensible y efectiva que la complejidad de la realidad.

Quiero creer que se trata de unos sentimientos pasajeros, que nunca triunfarán, pero ya lo hicieron en EE UU y solo nos queda esperar que su fracaso y la comprobación de que esa derecha populista destruye la democracia, empobrece a sus países y mantiene en la marginación y en la exclusión a los desfavorecidos, sirvan para destruirlos.
La Francia Insumisa, fenómeno político muy parecido a Podemos, al Movimento Cinque Stelle y a Syriza, ha recogido gran parte del descontento y del desconcierto que sufre la sociedad gala. Su capacidad para recoger la indignación y para expresar la protesta es notable, así como ha sido extraordinaria la capacidad de su líder para amalgamar estos sentimientos. Rozar el 20% del electorado es algo que nunca había conseguido la izquierda comunista en Francia, aunque mucho me temo que nunca alcanzarán una cifra mayor. Su incapacidad para transformar la insumisión en proyecto real y la protesta en propuesta es enorme y eso lo sabe la sociedad francesa. Para ganar la confianza de la mayoría es necesario generar credibilidad en la gestión de la economía y eso está muy lejos de sus posibilidades. Pero lo que les aleja del bloque de mayorías republicanas definitivamente son sus dudas para votar a Macron en la segunda vuelta. Ese ha sido su gran error y pone en evidencia la heterogeneidad del voto indignado y los límites de su proyecto por el populismo y el antieuropeísmo que se ubica bajo sus faldas.

El Partido Socialista se equivocó. Eligió un líder que no lo es, por mucho que lo hicieran casi dos millones de afiliados, lo que provoca inevitables reflexiones sobre las virtudes y las desventajas de las primarias. Se radicalizaron a la izquierda por temor a Mélenchon y llevaron a gran parte de su electorado a manos de la otra izquierda, lo que nos enseña que no debemos competir en terrenos ajenos y mucho menos en los que nuestros competidores tienen ventajas. Sus censuras a Europa y a sus políticas dejaron libre el espacio europeísta a Macron, su gran rival en el centro izquierda, que acabó por convertir el voto socialista a En marche! en el mejor voto útil contra Le Pen.
En fin, todo lo que ha ocurrido en Francia nos llama a cambios profundos en las respuestas que demos a estos cambios de paradigmas que se están produciendo en la sociedad occidental del siglo XXI.Uno de ellos nos obliga a tomar en serio la ejemplaridad pública. El escándalo Fillon también nos enseña que ni siquiera la derecha perdona la inmoralidad en el ejercicio de las funciones representativas.Ojalá que el electorado español aprenda esa lección de una población muy informada, bien formada y yo diría hasta apasionada por el debate político. Los debates que hemos vivido en la
televisión son fantásticos y lo es más que sean seguidos por más de diez millones de franceses algunos de ellos, como si de un partido de la ‘Champions League’ se tratara.

El futuro de los nuevos partidos es una incógnita. Su lógica emergente es tan oportunista como incuestionable, pero ninguno, en ningún país, acredita confianzas mayoritarias. Los dos grandes países de Europa, Reino Unido y Alemania, demostrarán en pocos meses, que los experimentos... mejor con gaseosa. Si Macron es presidente su partido tendrá que pasar por la prueba de las legislativas en junio y veremos qué apoyos concita. Él dice que habrá coherencia en los votantes franceses, pero muchos pronostican una vuelta al voto tradicional al elegir el Parlamento. Es probable, en todo caso, que acabe formando un centro izquierda, una especie de liberalismo progresista parecido al del Partido Democrático de Renzi en Italia.

La socialdemocracia europea deberá resolver los retos existenciales que plantean esos nuevos partidos, y que le han estrechado los márgenes a izquierda y derecha. Estamos obligados a aclarar y a renovar la propuesta política porque al debate ideológico clásico entre izquierda y derecha se han añadido coordenadas nuevas muy potentes: globalización o proteccionismo, más y mejor Europa o volver a las naciones, inmigración, populismo, calidad de la democracia...
La gestión política de todas estas nuevas realidades se hace cada vez más compleja y se enfrenta a una mundialización sin instrumentos políticos de gobernanza. Democratizar la globalización se convierte así en la gran asignatura pendiente de la política seria y créanme, nosotros lo somos.

Publicado en El Correo, 4/05/2017