19 de junio de 2016

¿Qué pasará el 23-J?


"La gravedad de la consulta es el sentido histórico de esa puerta que se abre a la marcha de un país en una UE que ha tenido a todos los vecinos llamando para entrar."

No, no me pregunto por las elecciones españolas, que son tres días después del referéndum británico que decidirá si Reino Unido se queda o se va de la Unión Europea. La trascendencia y la gravedad de esa consulta es el sentido histórico de esa puerta que se abre a la marcha de un país en una Unión que ha tenido a lo largo de su historia a todos los vecinos llamando para entrar. Es la primera vez que la Unión se enfrenta a este supuesto y nadie puede asegurar que otros no están pensando en hacer lo mismo. Mirando las peligrosas tendencias de la política antieuropea en los nacionalismos populistas de Holanda, Polonia, etc., el precedente del ‘Brexit’ resulta alarmante. No olvidemos además que Reino Unido es uno de los tres grandes europeos, junto a Francia y Alemania, y su pertenencia a la Unión resulta vital en muchísimos aspectos: mercado único, industria financiera, política internacional, acuerdos comerciales, defensa común, etc. 

Dos escenarios se dibujan en el horizonte próximo. En el más grave, es decir, en el caso de que triunfe el ‘Brexit’, se abriría un período de enorme desconcierto y depresión en la política europea. Recomponer la Unión sin Reino Unido es un cálculo inédito y su estímulo a los partidos antieuropeos en otros países fundamentales de la Unión es un temor reconocido por todos. Formalmente, la notificación oficial de Reino Unido a la Unión de su deseo de abandonarla, abriría un período de dos años de negociaciones para materializar las complejas repercusiones jurídico-políticas del abandono. Muy probablemente esos dos años serán insuficientes para resolver la larga lista de consecuencias en los diferentes ámbitos nacionales, internacionales y comunitarios. Hay incluso quienes especulan con que las dificultades técnicas de la retirada acabarían resolviéndose con una nueva manera de quedarse. Algo muy británico en su formulación, aunque tajantemente negado por la Unión cuyo mensaje es: «si os vais, os vais y para siempre». 

La siguiente consecuencia del triunfo del ‘Brexit’ sería interna y muy conflictiva para Reino Unido. Muy probablemente, el voto en Escocia será favorable a quedarse en la Unión y si Reino Unido la abandonara, Escocia pedirá un nuevo referéndum para salir de Reino Unido y, a continuación, pediría a la UE su admisión como nuevo Estado. Como verán, el lío es descomunal, sin contar con que en ese proceso algunos países vetarían la entrada de Escocia a la Unión. Y conviene recordar que a la Unión nadie entra si no lo aceptan unánimemente los 28 miembros del club. 

Lo más probable, sin embargo y así lo esperamos muchos, es que el ‘in’, es decir quedarse, triunfe por la mínima. En ese caso, la Unión deberá incorporar a su ordenamiento jurídico las reformas pactadas con Cameron en febrero a través de un Acuerdo Internacional que afecta a principios de respeto mutuo en el área de la gobernanza económica del euro; medidas para financiar la competitividad en la Unión; ciertas facilidades a Reino Unido para adaptar sus políticas sociales a la inmigración europea y, por último, algunas simbólicas declaraciones sobre el funcionamiento de las respectivas «soberanías» británicas y europeas.

La implementación de estos acuerdos a la normativa europea no implica reforma de los Tratados, pero será políticamente difícil porque requiere consenso con el Parlamento Europeo y a muchas voces en él, descontentas con esos acuerdos.

Lo cierto es que el Consejo Europeo de los 28 miembros aceptó aquel acuerdo como condición necesaria para que Cameron encabezara y liderara la campaña por el ‘in’ contra el ‘Brexit’ de su propio partido y contra ese sentimiento ‘chauvinista’ que preside el ‘out’ de quienes creen que pueden seguir soñando en pleno siglo XXI con el viejo imperio británico y el de quienes creen que en plena globalización es «mejor estar solo». Y, aunque aquel acuerdo no nos guste a muchos, hubo que hacerlo porque los males derivados de la salida de Reino Unido de la Unión son inmensamente mayores para todos. Para los británicos, desde luego, pero para Europa también. 

Si vencemos esta peligrosa tormenta antieuropea del 23-J quedan otras no menos peligrosas. La crisis de los refugiados amenaza Schengen y la superación de las fronteras, que fue y es uno de los mayores y mejores signos de la construcción europea. Queda la superación de la crisis económica y la recuperación del empleo en una Europa que sigue compitiendo mal contra el dumping social y laboral de la globalización. Quedan las elecciones de Francia y Alemania en 2017, en las que amenaza la extrema derecha antieuropea con altas y crecientes cuotas electorales. 

Sin embargo y a pesar de todo, en Bruselas crece la idea de una recomposición europea después de estos desafíos. El movimiento federalista, más europeísta, de distintas familias políticas está trabajando en favor de una renovación de la arquitectura europea para después de 2017, que puede suponer una reforma de los Tratados de cara a las siguientes elecciones europeas (2019). En ella, es más que probable que Alemania lidere el diseño de la gobernanza económica del euro y Francia lidere la Unión de Seguridad y Defensa con un núcleo duro, cuasi federalista, para la zona euro y un conjunto de países cuya adhesión al proyecto común sería más flexible. Habría diferentes ‘opts-outs’ que permitan combinar los distintos gradientes de adhesión europea en esta compleja Unión a 30 o 32 Estados miembros manteniendo el mercado único y la libre circulación. 

No es la Europa ideal con la que muchos hemos soñado, pero será la Europa posible en estos tiempos de vientos huracanados ‘eurohostiles’ en los que los viejos demonios nacionalistas nos asaltan.

Publicado en El Correo,19/06/2016