20 de diciembre de 2015

Autocrítica

¿ Qué hicimos mal en la lucha contra el terrorismo yihadista? ¿Qué debimos hacer y no hicimos? Este es un alegato autocrítico a la política de Europa, frente a una amenaza cierta, que nos ataca periódicamente, desde hace más de diez años (marzo 2004, Madrid, 191 muertos) y que está provocando un clima casi de guerra en nuestras ciudades. Es demasiado tiempo sin tomar medidas, siendo como es, demasiado evidente, que una misma organización terrorista nos atacaba en toda Europa, con los mismos objetivos y la misma crueldad.

Viví en Bruselas esa larga semana de alarma, y les aseguro que jamás había visto tantos soldados, camiones militares y coches policiales tomando una ciudad semidesierta, con la mayoría de sus ciudadanos recluidos en casa, aterrorizados. Me temo que no será la última vez. A unos cientos metros de la Grande Place, el barrio de Möllenbeck –80% de población árabe– de donde, dicen, han salido un número importante de estos fanáticos del odio a los europeos. Tomemos pues como base de nuestro aná- lisis esta ciudad y este barrio, perfectamente extrapolables a París, Hamburgo, Londres o Madrid. 

Primera crítica. Los servicios de inteligencia policial no han hecho su trabajo para detectar los nú- cleos de yihadismo que se estaban creando en determinados entornos étnicos y religiosos de nuestras ciudades. Muchos fueron a las diferentes guerras de Irak, Afganistán y Siria, y solo cuando tuvimos constancia de su vuelta terrorista a Europa descubrimos que eran miles los ciudadanos europeos que estaban allí con voluntad de atentar en nuestras ciudades. En algunos países, la información y el seguimiento han sido mejores (España por ejemplo), pero en otros, Bélgica especialmente, la penetración policial en esos entornos ha sido escasa y manifiestamente insuficiente.

Segunda crítica. ¿Para cuándo un servicio europeo de información y estrategia contraterrorista? Llevamos diez años comprobando que los ataques terroristas responden a una misma causa y a una misma organización, que su campo de operaciones es europeo y que sus agentes nacieron y vivieron con nosotros, vienen de nuestros barrios. La cooperación policial entre paí- ses es ínfima y no comparten información. El combate desde cada nación europea es insuficiente. 

Una organización policial europea que concentre la información, que la analice, que opere junto a las policías nacionales, si llega el caso, una especie de CIA europea, es imprescindible. ¿Por qué no la hemos creado todavía? Una vez más, las resistencias nacionales a ceder competencias a la Unión resultan injustificables. 

Tercera crítica. Nuestras relaciones internacionales con los países que promueven el salafismo y el integrismo wahabista son contradictorias y en parte corresponsables. Es evidente que el volumen de los intercambios comerciales y la importancia de sus suministros no nos dejan totalmente libres para condicionar a los Países del Golfo en sus relaciones con las mezquitas europeas, pero algo más de lo hecho hasta ahora podía y debía hacerse. No es tolerable que el sustento ideológico-religioso de los grupos terroristas se produzca en nuestro suelo, con el apoyo económico de países que comercian tanto con Europa. 

Cuarta crítica. Europa no ha construido todavía una política de apoyo a las comunidades musulmanas que reivindican un Islam de la Paz. Darles medios, económicos y mediáticos a los líderes musulmanes que denuncian y deslegitiman la violencia, es la más inteligente política en los entornos árabes de nuestros barrios. Son los musulmanes comprometidos con nuestras democracias y nuestros valores, quienes tienen que estar al frente de esa larga marcha deslegitimadora del terrorismo islamista. No basta que canten la Marsellesa frente al Bataclan, con el lema «No en nuestro nombre» o «El Islam no mata». Hace falta que se pongan al frente de una política beligerante contra el terror que los fanáticos siembran en su nombre, y también que cuenten con la ayuda de una política de Estado destinada a evitar el desarrollo de guetos y marginalidad en esos barrios. 

Quinta crítica. Nuestra política internacional en el mundo árabe no ha sido precisamente un éxito. Europa pesa poco en ese avispero, pero, con Francia a la cabeza, se está forjando una alianza internacional para acabar con Daesh. Yo creo que ésta no es una guerra de bombas, sino de inteligencia policial, por encima de todo. Pero el mundo no puede aceptar un Estado terrorista que vende petróleo y arma comandos para volar aviones o matar en masa en cualquier ciudad del planeta. Derrotar ese ejército es también necesario y, el que no lo vea, o está ciego o no quiere asumir la realidad y, entonces, no merece nuestra confianza. 

Sexta crítica y última. Si Europa da la espalda a los refugiados confundiéndolos con terroristas, estamos alimentando su odio. Las imágenes de nuestro rechazo permanecerán en su retina durante años. La Europa de las libertades, la de los Derechos Humanos, será tierra hostil para muchos por mucho tiempo. Es verdad, no podemos acoger a millones de refugiados de golpe, pero es que sólo hemos sido capaces de registrar y distribuir a unos pocos miles. Por el contrario, nuevos muros se elevan en los países europeos y nuevos controles se instalan en unas fronteras que habían dejado de serlo con la entrada en vigor del Tratado de Schengen, hace veinte años. 

Sin duda, hay más planos en este endiablado problema que nos ocupará varios años. Pero Europa tiene que asumir sus errores y corregirlos con urgencia, si no queremos perder esta batalla vital por la seguridad y la libertad.

Publicado en El Correo, 20/12/2015