24 de marzo de 2010

Más política en los mercados

Asusta a muchos la intervención pública en los mercados y, sin embargo, asoma por todas las esquinas esta vieja dialéctica, impulsada por las causas y las soluciones de esta crisis que sufrimos.


El mismísimo DSK, como llaman los franceses al director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, anunciaba en la Eurocámara el pasado 17 de marzo que “si sigue la actual inacción en lo relativo a la reforma del sistema financiero, la gente empezará a impacientarse y ése puede ser el caldo de cultivo para que parezcan ‘revueltas sociales”. Fin de la cita. ¿Por qué cuesta tanto adoptar medidas que todo el mundo reclama? ¿Cuántos proyectos de reformas, cuántas ideas de nueva gobernanza económica, de fiscalidad transnacional, de supervisión financiera, llevamos viendo y leyendo en los últimos dos años y cuántas han sido adoptadas hasta la fecha? ¿Seguirán el G-20 y la UE encargando estudios para elaborar documentadísimos informes destinados a dormir el sueño de los justos en los cajones de los gobiernos del mundo? Pocas veces, como en esta ocasión, la geopolítica ha sido convocada con tanta urgencia a la toma de decisiones difíciles, controvertidas y, si ustedes quieren, hasta experimentales.

La reciente crisis del euro y de Grecia es otro ejemplo de lo que digo. Han pasado casi dos meses desde que los mercados mostraron dudas con la deuda pública griega, y todavía desconocemos el modelo exacto de cobertura que ofreceremos los europeos a esa situación, hasta el punto de que Papandreu todavía sigue amenazando a la UE con acudir al FMI, quien le ofrece una financiación concreta y un camino de ordenación de sus cuentas públicas políticamente más asumible. Por el medio han emergido nuevas ideas que chocan con los intereses –demasiado encontrados, en la mayoría de los casos– de los países que mandan en la Unión.

Recordemos. Un Fondo Monetario Europeo (FME), cuyo contenido y modos de financiación está aún por concretar, que serviría de prestamista de último recurso para eventuales rescates de países (bien reglado y con unas condiciones de acceso tan duras como sea preciso), que impediría que Europa volviera a pasar la humillación que Grecia ha tenido que soportar tras los repetidos ataques de los mercados. Serviría de “cordón sanitario” contra especuladores, mientras que aseguraría que los Estados miembros no están obligados a tomar prestado a tasas injustamente infladas por la actividad especulativa. Esta propuesta de crear un FME quizás debiera iniciarse con algo más elemental y perentorio: la creación urgente de un Fondo de Rescate para advertir a los especuladores contra el euro del riesgo de sus intentos. Este Fondo, basado en el artículo 122 del nuevo Tratado, que prevé ayudas para casos excepcionales, ayudaría a los países del euro para el aseguramiento de su deuda pública.

Lo mismo debe decirse de la propuesta que lanzó, a principios de mes, el primer ministro belga, Yves Leterme, para crear un Tesoro común de la zona euro o una agencia europea de la deuda. Idea que, aquí en España, defendió por las mismas fechas Guillermo de la Dehesa y, mucho antes, en junio de 2009, la Fundación Alternativas, explicando las ventajas financieras de una emisión de bonos para atender las deudas públicas de los dieciséis.

Es verdad que estas propuestas son relativamente recientes y que su instrumentación e implementación no se hace en cuatro días, pero lo que denuncio es la permanente incapacidad de toma de decisiones que arrastramos en estas materias.

Regulación frente a especuladores
El último exponente lo tenemos con las iniciativas que pretendían regular los hedge funds, desgraciadamente “eliminados” de la agenda del Ecofin por exigencia de Brown, temeroso de que su país sufriera competencia desleal de EEUU en esta materia y perdiera masa empresarial y laboral financiera en la City. Hablemos claro. Los hedge funds, todos los analistas coinciden, están entre los principales causantes de la crisis. Libres de toda regulación, han sido los capitanes de lo que ahora, tan sutilmente, se llama “el sistema bancario en la sombra” (shadow banking sistem).

A través de la utilización sistemática de productos financieros “innovadores” de alto riesgo, su desproporcionado apalancamiento y su conducta procíclica llevaron a nuestras sociedades al borde del colapso. Asimismo, han sido los responsables de los reiterados ataques organizados contra Grecia, utilizando los famosos “Credit Default Swaps” que han puesto a la misma Unión Monetaria contra las cuerdas. La Propuesta de Regulación comunitaria, que está en línea con las propuestas del G-20 y pretende exigir un registro de los gestores de estos fondos y supervisar sus actividades para evitar riesgos que vuelvan a poner al sistema económico en peligro, debe salir adelante. No podemos volver a dejar a Europa en manos de los especuladores.

Veamos, por último, otro tema clave en la necesidad de la política sobre los mercados financieros. Después de que Lord Turner, presidente de la Financial Services Authority, la mayor autoridad financiera de Reino Unido, comentara en agosto de 2009 el carácter “socialmente inútil” que habían adquirido los mercados financieros internacionales en su explosión de la última década y propusiera la creación de una tasa tipo Tobin sobre las transacciones de capital (FTT), el debate sobre las FTT ha vuelto a la primera línea de la actualidad. A nivel europeo, tras la invitación que le hiciera el Consejo Europeo en octubre de 2009, la Comisión Europea está estudiando “formas de financiación innovadoras” que puedan implantarse a nivel global. Ese estudio, que se publicará en las próximas semanas, ofrecerá una visión de los principales beneficios y riesgos de los diversos instrumentos que sean posibles, incluida la tasa sobre transacciones financieras.

Asimismo, en las próximas semanas, el FMI, a petición del G-20, publicará un estudio sobre la posible aplicación de una pequeña tasa temporal sobre todos los movimientos de capital, para que el sector financiero “haga una contribución justa y sustancial al pago de las cargas que se han derivado de las intervenciones públicas destinadas a la recuperación del sistema bancario”. El Parlamento Europeo, esta semana en Estrasburgo, se ha sumado al creciente consenso internacional, aprobando una resolución a favor de la aplicación de una tasa de este tipo. Si finalmente la iniciativa saliera adelante, la FTT contribuiría a devolverle racionalidad a los mercados, repartiendo, al mismo tiempo, la carga de la crisis de una forma más justa entre los contribuyentes y el mundo de Wall Street.

Arquitectura financiera sostenible
Las grandes crisis históricas han ido siempre acompañadas de importantes períodos de cambio político. Las convulsiones económicas de los últimos dos años en Europa han impulsado un replanteamiento importante de la gobernanza económica y financiera en Europa. La crisis griega no ha hecho más que acelerar ese proceso. Recuperar las riendas de los mercados y construir una arquitectura financiera europea que sea sostenible y que priorice a las personas por encima de los mercados es el gran reto político que tenemos ante nosotros. En palabras de Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal de EEUU y principal asesor económico de Obama, la reforma financiera “no puede quedarse en agua de borrajas, con cambios esencialmente cosméticos que reflejen un ‘aquí no ha pasado nada”.

Hace unos días, leí en un periódico francés una entrevista con un sociólogo del Instituto Wei, analizando las elecciones regionales francesas del pasado domingo y explicando la creciente decepción social con el presidente Sarkozy.

Entre otras razones, Alain Mergier señalaba la aparición de una creciente decepción de las clases medias con la capacidad de la política para controlar a los nuevos amos del mundo. Estas eran sus palabras: “La crisis económica ha sido el detonante que ha alimentado una nueva fractura de la sociedad actual. Esta fractura no está ligada ya a la oposición entre ricos y pobres, entre empresarios y obreros, sino entre una oligarquía financiera potente y el mundo de la economía real, que cubre espacios sociales muy variados: la clase baja, la media, pero también, una parte de la clase alta, los ejecutivos, los pequeños empresarios… Es decir, la fractura se sitúa entre un mundo económico centrado en los retos cotidianos y una oligarquía percibida como ostentadora del poder, que actúa sin otra fe ni ley que la del dinero, y cuyo funcionamiento debilita los destinos individuales tanto del Ejecutivo como del obrero víctima de la desindustrialización”. ¿No les parece sugerente de la necesidad de actuar?

Expansión, 23/marzo/2010