23 de febrero de 2010

Presidencia española y crisis griega.

Resulta paradójico -para decirlo suavemente-, que tras haber rescatado al sector financiero del abismo, sacrificando para ello los ahorros (presentes y futuros) de los contribuyentes, y cayendo en consecuencia en inevitables endeudamientos para paliar los costes sociales y humanos de una crisis económica y social desconocida en generaciones, el sector financiero devuelva ahora el favor, castigando despiadadamente a las economías más endeudadas de la Unión Europea.

Más allá de las razones de la crisis griega y sin entrar aquí en la cadena de irresponsabilidades, tanto del anterior gobierno griego, como de algunos de los bancos de Wall Street que le ayudaron a camuflar su deuda fiscal, lo que se ha puesto de manifiesto estos días en Bruselas, es la enorme dificultad de reacción de la eurozona para combatir con los instrumentos de un Estado común, los problemas económicos-monetarios de uno de sus territorios.

Incapaces de devaluar su moneda y sufriendo de males distintos y shocks macroeconómicos particulares, los estados de la eurozona no pueden encontrar en Bruselas el apoyo económico inmediato que recibirían en una unión monetaria (económica y política) óptima. Krugman lo explicaba bien aludiendo a la comparación entre Florida y España, dos estados que comparten un mismo problema –el estallido de una burbuja inmobiliaria– pero mientras el primero recibe apoyo automático de Washington, el segundo, debe arreglárselas por su cuenta y sin el arma monetaria de la devaluación.

La crisis griega ha sacado a la luz algo que todos sabíamos cuando hicimos la apuesta del Euro: somos 16 Estados-Miembros con la misma moneda y con 16 realidades económicas y sociales diferentes, manteniendo plena soberanía y control sobre nuestras respectivas 16 políticas presupuestarias y fiscales. Las cautelas de control de desequilibrios internos fijadas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento: (3% Déficit, 60% deuda y 2% inflación), son insuficientes para situaciones límite y han sido usadas a petición y conveniencia de los Estados-miembros, en demasiadas ocasiones.

¿Cuál es la alternativa? Desde luego no lo es cuestionar, en modo alguno, el euro, su fortaleza y su futuro, condición imprescindible para la consecución de un verdadero mercado interior y para la integración de la economía europea y su competitividad internacional. Por el contrario, la respuesta es, una vez más, más Europa. Es decir, responder al reto de los mercados con la misma solvencia con que la UE respondió a la crisis bancaria de hace dos años. Si es la solvencia de los Estados lo que está en cuestión, con más razón, la respuesta del conjunto de la UE debe ser eliminar cualquier duda de estabilidad y confianza en la moneda común y en el conjunto de la economía europea.

Carencias en la respuesta europea
¿Qué es lo que se aprecia de la respuesta europea de estos últimos días? En primer lugar, se ha vuelto a poner de manifiesto la desesperante complicación que tenemos para tomar decisiones rápidas y eficaces. Crisis como la de los mercados con Grecia requieren mensajes y respuestas de la Zona Euro, que deben ser tomadas mediante videoconferencia en horas.

En segundo lugar, lo que sigue apreciándose es la existencia de grandes desacuerdos entre los grandes países (Francia y Alemania principalmente), sobre la naturaleza de las ayudas, su dimensión, los contribuyentes y las exigencias que se contraponen, teniendo en cuenta los tremendos costes políticos que pueden tener para Grecia y para su pueblo. En tercer lugar, mucho me temo que emerge de nuevo, el fantasma de la fatiga alemana a las ayudas al Sur, problema agravado por la perturbadora presencia liberal en el gobierno alemán.

Pero esta crisis se ha producido además, en el comienzo de la Presidencia española de la Unión. No ha sido una coincidencia fácil porque nuestro papel ha podido verse afectado por las dudas que han surgido en los mercados sobre las deudas públicas de varios Estados europeos. Nuestra tarea por todo ello se ha hecho más compleja y más extensa. Varios son los retos que nos corresponden ahora en la gestión económica de la Unión Europea:

1) Potenciar el avance hacia la Unión Económica, una de las prioridades de la Presidencia Española de la UE, a través de la puesta en marcha de una nueva estrategia para la coordinación de las políticas económicas de la Unión, que el presidente Van Rompuy ha prometido después de la Cumbre del pasado día 11 de febrero. La crisis griega ha sacado a la luz las deficiencias de una unión monetaria sin una suficiente coordinación política y económica de fondo.

2) La puesta en marcha de las propuestas del Grupo de Larosière para la supervisión financiera europea, en concreto las cuatro directivas para la creación de la Junta Europea de Riesgo Sistémico y las nuevas Autoridades Europeas de Supervisión, Bancaria, de Valores y Mercados y Seguros y Pensiones.

3) Retomar seriamente el debate sobre la fiscalidad europea. La crisis griega ha hecho evidente la necesidad del uso de una política fiscal más activa y más armonizada para la propia sostenibilidad de la Unión Monetaria.

En este sentido, continuar los avances en materia de cooperación administrativa en el ámbito de la fiscalidad, persecución del fraude fiscal y superación de los espacios fiscales opacos. Propuestas como la del Ministro Luxemburgués de Finanzas, Luc Frieden, de revisar el modo de financiación del presupuesto europeo y considerar el establecimiento de un nuevo gravamen común –una tasa de carbono o una tasa sobre las transacciones financieras–, deben ser tomadas en serio.

4) En previsión de la próxima Cumbre del G-20 en junio en Canadá, España debiera liderar una posición común de la UE para consolidar la aplicación coordinada de las propuestas del Comité de Estabilidad Financiera (Financial Stability Board) para la reforma de la regulación financiera internacional y prestar especial atención a la publicación de sendos estudios de la Comisión Europea y FMI sobre la posible aplicación de una tasa internacional sobre las transacciones financieras (FTT).

5) Por último y tomando en consideración las propuestas mencionadas, la elaboración de una estrategia EU2020 que será aprobada en el Consejo Europeo de junio, de Madrid, sustituyendo a la famosa y ya fenecida estrategia de Lisboa 2010. Es ésta una ocasión inmejorable de comprometer una verdadera agenda reformista para Europa en torno al conocimiento, la innovación, el crecimiento verde, la sostenibilidad económica y medioambiental, la responsabilidad social empresarial, etc. La aprobación de esta nueva Estrategia 2020 para Europa, debe ser aprovechada además para inculcar en la Unión, un verdadero espíritu cooperativo entre países y entre las Instituciones comunitarias con los Estados-miembros.