2 de enero de 2010

Nada será igual

Entramos en la segunda década del siglo XXI con esa sensación finisecular que tanto gusta a los humanos. La afirmación de que estamos, mucho más que en una época de cambios, en un cambio de época tiene sin embargo poderosas razones para ser tomada en cuenta. La fuerza innovadora del cambio climático, la aparición en la escena internacional de los países emergentes, la superación del modelo energético del petróleo, la reformulación de la arquitectura económico-financiera del mundo, el multilateralismo cooperativo que propugna Obama para el planeta, el comienzo de una nueva andadura europea después de aprobado el Tratado de Lisboa y la convergencia de una serie de fenómenos sociales que transforman y hacen más compleja la gobernanza de las ciudades del mundo -concentración urbana, inmigración, multietnicidad, etcétera- son algunos de los parámetros transformadores de nuestro futuro inmediato. Demasiadas cosas para detallar en un comentario breve sobre nuestras perspectivas futuras. Me detendré por ello en tres temas principales:

1. "Nada será igual a partir de esta crisis". Es otra afirmación que comparto. La naturaleza sistémica de la crisis financiera que hemos sufrido y sus gravísimas repercusiones en el empleo y en las economías públicas de todo el mundo generarán cambios impensables hace sólo unos meses. En el campo estrictamente técnico, una ola regulatoria cambiará el marco legal nacional e internacional de la actividad financiera: Más supervisión nacional de las entidades financieras, nueva y mejor coordinación internacional de la supervisión, límites a los bonos con mayores gravámenes fiscales, combate a los paraísos fiscales, mayor transparencia internacional y probable fiscalidad transnacional de los movimientos financieros son algunas de las medidas que vienen. En el campo más político-ideológico, la crisis de 2008 podrá compararse en su dimensión a la caída del Muro en 1989. Si la implosión del comunismo debilitó a la izquierda -que arrastraba ya entonces una enorme incapacidad para adaptarse a la globalización económica-, la crisis financiera de estos años, fruto de una descomunal irresponsabilidad del corazón del capitalismo, reformulará las relaciones entre empresa y política, y alumbrará una nueva ecuación entre mercado y Estado, quizás bajo un nuevo equilibrio de más Estado y mejor mercado.

2. De la crisis que sufrimos no saldremos gratis ni fácil. Los vascos, y los españoles en general, tendremos que hacer grandes esfuerzos. Todo indica que pasaremos años para recuperar crecimiento, absorber paro, reconducir los altos endeudamientos públicos, cambiar el modelo productivo, recuperar competitividad, etcétera. La dimensión de los cambios que vienen afectará a nuestra cultura actual del confort y de la responsabilidad colectiva. El país tiene que adaptarse a tiempos exigentes, a esfuerzos colectivos, a consensos necesarios, a liderazgos comprometidos. Sé que son sólo palabras, pero no tengo otras para expresar lo que viene y para responder a la naturaleza de nuestros retos. Hemos vivido quince años extraordinarios en términos de crecimiento económico y de rentas y progreso social. Los próximos años debemos realizar grandes esfuerzos por seguir siendo un país económicamente competitivo, con pleno empleo y con máxima calidad laboral. Tenemos que revisar casi todo: nuestra estructura presupuestaria (desde los ayuntamientos, a las comunidades autónomas y al Estado), nuestros servicios públicos, la calidad universitaria y sus costes, el mercado laboral y los costes del empleo, la fiscalidad general. Estamos llamados a renovar nuestro contrato social recuperando las mejores herramientas del consenso y el compromiso, y si no lo hacemos, lo pagaremos.

3. Aquí, en nuestro patio trasero, también están ocurriendo cosas. El cambio de gobierno en Euskadi ha superado sus primeras pruebas. Al Gobierno de Patxi López le toca ahora la gestión de la crisis, con especial atención al mantenimiento y la renovación de nuestros sectores productivos, la modernización del sistema educativo integral, en particular del universitario y del sistema de I+D+i, todo ello en el marco de un relato político superador del debate identitario, desde un vasquismo plural y autonomista. No creo que veamos el fin de la violencia todavía, pero es evidente que caminamos hacia él, irreversiblemente. Una sola expresión de izquierda abertzale independentista surgirá algún día del abanico partidario que se engloba en esas tres palabras y eso será signo de paz y de clarificación política definitiva de nuestro mapa político y, quizás, oportunidad histórica de renovación de nuestro autogobierno y del marco político vasco en España. No será pronto, pero llegará.

Tan importante como los cambios es preverlos y adaptarse a ellos. En política, como en otras esferas de la vida, es necesario mirar al horizonte y ubicarse en el rumbo adecuado. Nuestra sociedad está cambiando aceleradamente y la actitud ignorante de despreciar los cambios, o la irresponsable de creer que 'esto pasará', sin hacer nada, nos conducirán al retraso y a la marginalidad ¡Y todos sabemos quiénes sufren en esas circunstancias!


El Correo, 2/01/10