25 de enero de 2009

Lo que viene

Viene un cambio político importante en Euskadi. Esto parece evidente y predecible. No sabemos quién ganará las elecciones. No podemos saber qué gobierno se formará, ni cuáles serán las coaliciones políticas, ni quién será el lehendakari. Pero es prácticamente seguro que la política iniciada en 1998 con el Pacto de Estella y que ha protagonizado Ibarretxe con sus gobiernos nacionalistas toca a su fin. La coalición se ha roto y todos los sondeos aseguran que la suma de escaños nacionalistas no permitirá continuar con esa fórmula. Gobiernos transversales de amplios apoyos o gobiernos en minoría con apoyos externos parecen probables. En todo caso, una nueva etapa política parece abrirse paso, distinta a las tres anteriores. Recordemos: 1979-1987, gobiernos del PNV; 1987-1998, gobiernos de coalición PNV-PSE-EE. Y 1998-2008, gobiernos de coalición nacionalista. Siempre presididos por el PNV (Garaikoetxea, Ardanza, Ibarretxe). Pero, cualquiera que sea la fórmula futura, la política vasca tendrá que abordar tres cuestiones principales.

Primera. La reformulación del marco jurídico-político vasco. El debate sobre nuestro marco político interno y sobre nuestra relación con España no ha dejado de atormentarnos. Aunque creímos encauzarlo con el Estatuto, treinta años después debemos reconocer que nuestro interminable debate identitario sigue siendo la piedra inamovible de nuestro camino político. Unos porque nunca lo aceptaron, y lo combatieron y lo combaten a sangre y fuego con la única violencia política residual del mundo. Otros porque lo apoyaron pero hoy se sienten defraudados o insatisfechos, lo mismo da, y quieren avanzar hacia un nuevo estatus soberanista o parecido. Otros, porque cansados del nacionalismo se niegan a mover un ápice su voluntad de consenso y rechazan nuevos avances de autogobierno o de concesión a la identidad nacionalista. Lo cierto es que, recordando a Imanol Zubero («Euskadi es un país por construir, no por descubrir»), tenemos al país lleno de abertzales frente a españolistas, o al revés, y vacío de vascos. Parafraseando a Joaquín Sabina, somos cada vez más tú y cada vez más yo, sin rastro de nosotros.

¿Tiene salida esta diabólica situación configurada por un país en el que un 35% desea ser un país independiente, un 50% no tiene ningún deseo, o muy poco, de independencia, y un 15% o no se decanta o se muestra indiferente? Pues ésta debería ser una de las lecciones que deberíamos aprender: No hay una solución satisfactoria para todos y la única solución pasa por aceptar que no hay soluciones únicas o mágicas, y por asumir que todas las opciones deben ser posibles y realizables, aunque, eso sí, sin violencia, con reglas y en democracia.

¿Qué cabe hacer ahora? Encontrar un nuevo consenso sobre nuestro marco estatuario, reformulándolo, adaptándolo a las nuevas realidades (Europa, euro, inmigración, Concierto Económico en la armonización fiscal europea, nuevas competencias, territorialización judicial, etcétera). Abordar esta reforma es la oportunidad que debemos darnos para pacificar el debate, reafirmando la validez del consenso existente, perfeccionándolo sin romperlo y sin que tampoco nadie tenga que renunciar a sus aspiraciones políticas o a sus premisas doctrinales. Hace tiempo que debiéramos saber que Euskadi se configurará en el siglo XXI conforme evolucionen sus mayorías políticas. Una reformulación de nuestro Estatuto es un paso de confirmación de nuestro autogobierno que debiera comprometer a todo el arco parlamentario vasco y que quizás, si sonara la flauta de la racionalidad y de la democracia en el espacio del nacionalismo independentista, pudiera ser la oportunidad de su incorporación a la vida política vasca. Me dirán que soy un ingenuo y me temo que tienen razón, pero ¿acaso no nos corresponde a los políticos y a la política proponer caminos de solución a los problemas? Al fin y al cabo, sigue siendo verdad -y en política más- aquello que decía Marcel Proust de que el presente no es el único estado posible de las cosas.

Segunda. Recuperar un marco de unidad democrática frente a la violencia. No se trataría de reproducir fórmulas del pasado, inaplicables hoy. El Pacto de Ajuria Enea jugó un papel fundamental en los años noventa pero su tiempo pasó. El nuevo contexto del fin de la violencia nos exige incorporar todo lo sucedido desde 1998 (Pacto de Estella-Lizarra), extraer conclusiones de lo ocurrido y de la realidad actual y aceptando la existencia de diferencias políticas -me temo que insalvables todavía-, abordar un diálogo interpartidario para establecer un espacio común al Gobierno vasco y a su lehendakari con los líderes políticos vascos. Ese pacto de mínimos debería incluir en primer lugar un diálogo personal que se ha perdido desde hace diez años. Es posible también la formulación de una estrategia unitaria de deslegitimación social al terrorismo; una gestión común de las crisis que provocan los atentados terroristas; una aproximación común a víctimas y a perseguidos por la violencia; una estrategia consensuada para defender los objetivos agredidos por la violencia: Alta velocidad ferroviaria, impuesto terrorista, etcétera. Es decir, se trata de desarrollar algunos planos de acuerdo político en la lucha contra el terrorismo por encima de algunas diferencias puntuales que no parecen resolubles en el corto plazo (ilegalización, política penitenciaria, etcétera), mientras se construye un escenario consensuado sobre la forma y las circunstancias en las que debemos trabajar para facilitar el abandono de la violencia, es decir, para conseguir que un día triunfe en ese mundo el desistimiento hacia la continuidad de las armas.

Tercera. Abordar un plan económico frente a la crisis. Estamos viviendo una situación inédita de acumulación de crisis financiera y económica, que nos afecta gravemente. Euskadi sigue siendo un país con fuerza económica, con capacidad humana, con infraestructura productiva, con potencia competitiva en casi todo lo que hacemos. Pero lo que viene es largo y profundo y los riesgos en muchos sectores (automoción, electrodomésticos, talleres de manufactura metálica, construcción, pequeño comercio, etcétera) son importantes. ¿Qué puede y qué debe hacer el nuevo Gobierno vasco? En primer lugar puede revisar su política presupuestaria para eliminar gastos superfluos, en una vuelta de tuerca a la austeridad pública. Ese análisis debe ir acompañado de un estudio sobre las políticas contra la crisis que ha puesto en marcha el Gobierno vasco para elegir las mejores en función de su eficacia. También debemos revisar los márgenes económicos del endeudamiento para nuestra comunidad, para acompañar las medidas financieras del Gobierno central con ayudas y políticas sectoriales para las empresas vascas de sectores en crisis. Una especie de nuevo plan de relanzamiento industrial unido a las apuestas de más largo plazo a favor de la I+D+i y de la educación. El Ejecutivo vasco puede elaborar también con las diputaciones un plan de pequeñas obras municipales y de ayuda a la rehabilitación de viviendas, para absorber el paro en estos sectores. Todo esto puede hacerse amparado en un gran pacto con empresarios y sindicatos vascos. La imagen de un país vertebrado, que dialoga y que acuerda entre agentes sociales, empresarios y gobierno, da mucha confianza, y no olvidemos que ésa es la palabra mágica en esta crisis económica y la actitud socioeconómica que más necesitamos frente a ella.

El Correo, 25/01/2009

3 de enero de 2009

Deseos y realidades para 2009

Es tiempo de buenos deseos. Con más o menos afecto, protocolaria o sinceramente, nos hemos deseado lo mejor para este nuevo año que comienza, como si realmente las oportunidades fueran a llegar por el simple paso de una hoja del calendario, olvidando, en una especie de liturgia comúnmente aceptada, que la vida es un transcurrir continuo, ajeno a las celebraciones que cabalgan entre finales de diciembre y principios de enero.

Efectivamente, la mayoría de las cosas que configuran nuestro hábitat exterior, la economía, la política, nuestro trabajo, los servicios públicos, nuestra carrera formativa y profesional, nuestra ciudad, no dependen de la simple adición de una unidad al número de nuestro año.

Sin embargo, no es menos cierto que en los meses de este año que comienza ocurrirán acontecimientos que indefectiblemente tienen que producirse y que abren una ventana al cambio o a la superación de situaciones que deseamos mejorar. Es por eso que se hacen previsiones sobre esos aconteceres, preñadas de buenos deseos, casi siempre optimistas e interesadas y ya veremos si acertadas.

El presidente del Gobierno, por ejemplo, ha reiterado su conocida confianza en la economía española pronosticando una recuperación del crecimiento y del empleo para la segunda mitad del año. Sin duda en 2009 llegará el verano y con él un periodo tradicionalmente expansivo de nuestra economía, generador de contratación laboral y consumo. Es también seguro que para entonces la ingente cantidad de dinero que hemos puesto al servicio de la inversión en obras públicas (setecientos mil millones aproximadamente) habrá amortiguado en parte el agujero tremendo que se ha producido en el empleo del sector de la construcción (creará un millón de empleos).

Es posible -aunque no seguro- que las medidas financieras que ha previsto el Gobierno para facilitar la liquidez y el funcionamiento normal del crédito hayan dado ya resultados y el dinero circule de nuevo por las arterias de nuestra economía. Es también probable que hayan terminado los 'cracks' financieros que hacen temblar el mundo del capital y que la confianza económica general empiece a recuperarse. Pero ¿es todo ello suficiente como para aventurar la recuperación en el segundo semestre? La objetividad de la crítica exige, sin embargo, dos atenuantes. De una parte, Zapatero habla de «esperanza razonable», no de certidumbres futuras, y de otra, cabe situar su proverbial optimismo en esta materia, casi, como una obligación del gobernante ante el catastrofismo de algunos -en particular el primer partido de la oposición- y como señal de confianza hacia los ciudadanos para que crean en su país, en su Estado, en sus empresas, y para que recuperen la confianza en sus iniciativas, inversiones, consumo, etcétera, cuando pase lo peor de la crisis, que el presidente sitúa en los primeros meses de 2009.

Otro buen ejemplo de mensaje interesado nos lo ha dado Ibarretxe reiterando su confianza en un gobierno nacionalista. El 1 de marzo habrá elecciones autonómicas. Pero de ahí hasta asegurar que el tripartito es el «cauce central» para gobernar en Euskadi hay una distancia infinita en la que de nuevo el lehendakari confunde deseos con realidad. Probablemente el mismo y gran error del PNV y del nacionalismo vasco de estos últimos diez años: confundir su deseo o su proyecto nacionalista con el de la totalidad de la población vasca y tratar de imponer a la pluralidad identitaria y territorial de Euskadi una arquitectura política esencialmente nacionalista.

Aventurar quién ganará es tontería Pero no lo es anunciar que nunca como en esta ocasión hay una oportunidad de cambio político profundo en el país. Dicen los sondeos que PNV y PSE están empatados. Yo lo creo, y también creo que puede ganar cualquiera de los dos. Lo que sí parece seguro es que el lehendakari no podrá repetir gobierno nacionalista. ¿Y entonces ...? Todo está abierto. Patxi López puede ser lehendakari y, salvando las distancias, eso en Euskadi puede ser como el cambio del 20 de enero en EE UU. El mundo seguirá girando, es verdad, la crisis golpeará el empleo y la vida de millones de personas, sin duda. La agenda de los problemas se agolpará en la mesa del despacho oval, y del nuevo lehendakari, desde luego Pero una ventana de oportunidades se habrá abierto de par en par para hacer país de otra manera. Para buscar la paz con otra estrategia. Para ofrecerle al país otra alternativa, otras personas, otros dirigentes. Para construir nuestra comunidad con otros principios y con otros objetivos.

Los buenos deseos incluyen siempre la desaparición de la violencia. Aunque lo hagamos de manera mecánica, todos nos deseamos paz como expresión del anhelo más común y más sentido de los vascos. Pero me temo que es otro deseo incumplido. La solidaria y generosa petición de la familia Uria para que Inaxio sea la última victima de ETA será desgraciadamente desoída por quienes lo mataron y todos sabemos que nuestro horizonte político y sobre todo humano está atravesado por este riesgo cruel. ETA volvió a la violencia a finales de 2006. Desde entonces libramos un nuevo pulso entre democracia y totalitarismo que quizás sea el último, pero que será largo y que nos ocupará también este año que empieza.
Han ocurrido estos últimos días dos cosas interesantes que prueban ese mensaje ambivalente en el que se mueven los pronósticos más objetivos sobre nuestra particular tragedia. La primera es la información con la que la propia banda pretendía justificarse, una vez más, al anunciar cuatro de sus miembros que ingresaban en ETA. En realidad ya estaban en ella porque eran huidos y se fueron porque habían cometido delitos. Su fantasmagórica aparición en una foto de un periódico amigo era una patética operación de propaganda y proselitismo enarbolando su vieja y falsa bandera: que para defender sus ideas era necesario empuñar las armas.

Esta burda manipulación de la realidad no habría debido ser pública si no fuera porque algunos se prestan a este ejercicio de enaltecimiento del terrorismo. Pero, en fin, no se la creen ni ellos. Por eso hacen estos ridículos montajes que sólo los más fanáticos y los más indocumentados pueden creer.

En sentido contrario, sólo unos días después, unas 150 personas se reunían para apoyar a los familiares de cuatro presos de ETA que leyeron un nueva carta de este colectivo reclamando el cese de la violencia y apostando por la creación de un polo soberanísta y por la defensa, en definitiva, de sus ideales a través de la política, en lo que parece el más serio signo de división surgido en esa organización en los últimos años.

Todos sabemos además, que estas reflexiones asaltan el bastión fundamentalista de ETA desde todos los frentes: dirigentes de la izquierda abertzale, votantes, familiares, organizaciones afines, amigos internacionales, etcétera. Quizás por eso, precisamente, expulsan del colectivo a la disidencia (incluso eliminando sus imágenes de esas macrofotos con cientos de presos en las que certifican su derrota). Seguro que por eso, también buscan gestos como el de la foto de los huidos que comentábamos más arriba. Ése es el sentimiento ambivalente del que les hablaba. Por eso es tan coherente como realista decir que desgraciadamente la violencia de ETA seguirá, aunque al hacerlo acentuara su caótico final.

El hecho de que ETA ofrezca «ridículos montajes» como el de los cuatro miembros que entraban en la banda y los apoyos a los presos que reclaman el cese de la violencia prueban, según el autor, que «es tan coherente como realista decir que la violencia seguirá aunque al hacerlo acentuará su caótico final»

El Correo 3/01/2009